Comentario
Fue entonces cuando la falange macedonia, hasta entonces inactiva, comenzó a avanzar sobre el centro persa como un inmenso erizo lleno de puntas. La combinación de un martillo en su flanco izquierdo -la caballería pesada de Alejandro- y un yunque en el centro contra el que corrían serio riesgo de ser arrojados y aplastados -la falange macedonia que ya cruzaba el río- fue suficiente amenaza para que el resto de la primera línea persa, formada según se ha dicho exclusivamente por caballería, volviera grupas y huyera.
Al fin y al cabo, ésta era una primera batalla a pequeña escala. El Gran Rey estaba lejos y la ética guerrera de los jinetes orientales, al contrario de lo que ocurría en la mentalidad griega, permitía huir hoy para poder volver a luchar otro día en mejores condiciones Nada, pues, de esa inutilidad de "resistir hasta la muerte". Más adelante, en las verdaderas grandes batallas de Isso y Gaugamela, la táctica de yunque y martillo llegaría a su máximo desarrollo y a una escala mucho mayor. El combate estaba ya ganado, y en muy poco tiempo si, como parece, se libró ya avanzada la tarde. Sólo quedaba explotar la victoria, cosa que Alejandro procedió a hacer con no demasiada energía. Sin perseguir a los jinetes asiáticos, buscó un blanco más fácil. La segunda línea persa, formada como se ha dicho por los mercenarios griegos, había observado el rápido desarrollo de los acontecimientos desde la retaguardia, en lo alto de unas lomas.
Habían perdido al general Memnon, que había combatido en la caballería y se había visto arrastrado en la huida. Sin tiempo para intervenir en lo que debió ser un ataque fulgurante, o quizá sin órdenes concretas dado el carácter colegiado del mando persa, los desdichados mercenarios griegos al servicio del Gran Rey se vieron ahora rodeados por el victorioso ejército macedonio, con falange al frente y la caballería a sus espaldas.
Sólo si su inferioridad numérica era evidente -unos cinco mil hombres, y no veinte mil- se entiende lo que en aquel momento pasó. Plutarco cuenta que los mercenarios, según era costumbre, pidieron parlamentar con la idea probablemente de pasarse al bando de Alejandro: al fin y al cabo, nada había de deshonroso en su servicio al persa. Sin embargo, el macedonio decidió que aquellos hombres eran traidores a una -inexistente hasta entonces- causa de la cultura helena común y realizó una verdadera masacre. Sólo sobrevivieron dos mil hombres quienes, en lugar de engrosar sus filas, fueron enviados como esclavos a las minas de Macedonia. Si los griegos hubieran sumado veinte mil hombres, casi el doble que la propia infantería de Alejandro, sin duda hubieran podido formar el cuadro y retirarse combatiendo con razonables posibilidades de éxito.